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Pero el propósito de nuestro mandamiento es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida. 1 Timoteo 1:5 VRV 1960
Vivir de las apariencias fue el principal obstáculo que enfrentó Jesús en la gente de su tiempo. Los hombres no vemos lo que Dios ve. El conoce las profundidades del hombre y nada escapa a su mirada. Los hombres vemos lo que está delante de nosotros, pero Dios ve el corazón. La hipocresía, la mentira, la fe fingida, la apariencia de piedad son desechadas por el Señor.
Para ver a Dios necesitamos tener un corazón puro y una limpia conciencia. No basta con clamar a El; para conocerle y tener un encuentro cara a cara con su presencia, debemos ser hacedores de la palabra, buscándole en humillación, obedeciéndole y siendo fieles a sus preceptos contenidos en su Palabra.
Oremos, como el salmista David, diciendo:
Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu.
Salmos 51:7
—PCG
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