REGOCIJATE EN DIOS!!

La Oracion que Prevalece de D. L. Moody

Las oraciones de la Biblia



Las personas que han dejado la impresión más profunda en esta tierra, maldita por el pecado, han sido hombres y mujeres de oración. Podrás ver que la ORACIÓN ha sido un gran poder que ha movido no solo a Dios, sino al hombre. Abraham era un hombre de oración y los ángeles descendían del cielo para hablar con él. La oración de Jacob fue contestada en la maravillosa entrevista de Peniel, que dio por resultado tan gran bendición y el que se ablandara el corazón de su hermano Esaú; el niño Samuel nació como respuesta a la oración de Ana; la oración de Elías cerró los cielos durante tres años y seis meses, y cuando oró otra vez los cielos dieron lluvia.

El apóstol Santiago nos dice que el profeta Elías era un hombre «sometido a pasiones semejantes a las nuestras». Estoy agradecido de que estos hombres y mujeres que eran tan poderosos en oración fueran exactamente como nosotros. Corremos el peligro de pensar que estos grandes profetas y varones de antaño eran diferentes de nosotros. Sin duda, vivieron en una edad en que había menos conocimientos disponibles, pero estaban sometidos a pasiones semejantes a las nuestras.

Leemos que en otra ocasión Elias hizo descender fuego del cielo en el Monte Carmelo. Los profetas de Baal invocaron a su dios durante mucho tiempo, pero no hubo respuesta. El Dios de Elias escuchó y contestó su oración. Recordemos que el Dios de Elias vive todavía. El profeta fue transportado al cielo, pero su Dios todavía vive; y tenemos el mismo acceso ante Él que tenía Elias. Tenemos la misma autorización de ir a Dios y pedirle fuego del cielo que descienda y consuma nuestras pasiones y malos deseos; que queme nuestra paja y escoria y deje vislumbrar a Cristo en nosotros.

Eliseo predicó y resucitó un niño muerto. Muchos de nuestros hijos están muertos en sus delitos y pecados. Hagamos lo que hizo el profeta: pidamos a Dios que los, resucite como respuesta a nuestras oraciones.
El rey Manases era un hombre malvado y había hecho todo lo que había podido contra el Dios de sus padres; con todo, cuando invocó a Dios en Babilonia, su clamor fue oído y fue sacado de la prisión y puesto sobre el trono de Jerusalén. Sin duda, si Dios escuchó la oración del inicuo Manases, oirá la nuestra en tiempos de aflicción. ¿No es éste un tiempo de aflicción para un gran número de nuestros prójimos? ¿No lo es para muchos, cuyos corazones están abrumados? Al ir al trono de la gracia recordemos que DIOS CONTESTA LA ORACIÓN.

Demos otra mirada, esta vez a Sansón. Sansón oró, y le fue devuelta la fuerza, de modo que al morir, él mismo causó la muerte de más filisteos que los que había matado durante su vida. Este hombre que se había vuelto atrás, este renegado, tuvo otra vez poder con Dios. Si aquellos que se han retractado quieren volver a Dios, verán que Dios contesta prontamente su oración.

Job oró, y fue restaurado. La luz substituyó a la oscuridad y Dios le devolvió su antigua prosperidad, en respuesta a la oración.
Daniel oró a Dios, y vino Gabriel para decirle que era un hombre amado sobremanera por Dios. El mensaje le llegó tres veces desde el cielo como respuesta a su oración. Le fueron comunicados los secretos del cielo, y se le dijo que el Hijo de Dios iba a ser inmolado por los pecados de su pueblo. Vemos también que Cornelio oró, y Pedro le fue enviado para darle un mensaje por medio del cual él y los suyos iban a ser salvos. Como respuesta a la oración le llegó esta gran bendición a él y a su familia. Pedro estaba en el terrado para orar por la tarde y tuvo esta maravillosa visión del lienzo que descendía del cielo. Fue cuando Cornelio hubo hecho oración sin cesar a Dios que el ángel fue enviado a Pedro.

De modo que en todas las Escrituras hallamos que siempre que la oración de fe llega a Dios, se le da una respuesta. Creo que sería muy interesante seguir a lo largo déla Biblia lo que ha ocurrido cada vez que un hijo de Dios se ha puesto de rodillas invocando su nombre. Sin duda, el estudio reforzaría nuestra fe en alto grado, mostrando cuan maravillosamente Dios ha escuchado y librado a aquellos que le han invocado pidiendo socorro.

Veamos a Pablo y a Silas en la cárcel de Filipos. Mientras cantan y oran, el lugar es sacudido por un temblor y el carcelero se convierte. Posiblemente esta conversión ha hecho más que ninguna otra de las que encontramos registrada en la Biblia para traer a la gente al Reino de Dios. ¡Cuántos han sido bendecidos al buscar respuesta a la pregunta: «¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?»! Fue la oración de los dos piadosos varones la que puso al carcelero de rodillas, y le trajo la bendición para él y su familia.

Recordarás cómo Esteban, mientras estaba orando y mirando hacia arriba, vio los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la diestra de Dios; la luz del cielo resplandeció sobre él. Recuerda, también, cómo brilló el rostro de Moisés cuando descendió del monte; había estado en comunión con Dios, Él hace resplandecer su faz sobre nosotros; y en vez de ser nuestras caras sombrías, resplandecen, porque Dios ha escuchado y contestado nuestras oraciones.


Jesús, como Hombre de Oración

Quiero llamar la atención del lector de modo especial sobre Cristo como un ejemplo para nosotros en todas las cosas, pero de un- modo especial en la oración. Leemos que Cristo oraba al Padre por todo. Toda gran crisis de su vida fue precedida por la oración. Dejadme citar unos pocos pasajes. Nunca noté hasta hace unos pocos años que Cristo estaba orando en su bautismo. Mientras oraba, los cielos se abrieron, y el Espíritu Santo descendió sobre Él. Otro gran acontecimiento de su vida fue la Transfiguración. «Y entretanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente» (Luc_9:29).

En Luc_6:12, leemos: «Aconteció en aquellos días que Él salió al monte a orar, y pasó la noche entera en oración a Dios». Éste es el único punto en que se nos dice que el Salvador pasó toda una noche en oración. ¿Qué iba a acontecer? Cuando descendió del monte reunió a sus discípulos y les predicó el gran mensaje conocido como el Sermón del Monte, el sermón más maravilloso que ha sido predicado a los mortales. Probablemente no hay otro sermón que haya hecho tanto bien, y fue precedido por una noche de oración. Si nuestros sermones han de alcanzar los corazones y las conciencias de la gente, hemos de estar en contacto con Dios en oración para que haya poder en la Palabra.

En el Evangelio de Juan leemos que Jesús, junto a la tumba de Lázaro, levantó sus ojos al cielo y dijo: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes, pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado» (Jua_11:41-42). Antes de hablar y devolver la vida al muerto habló a su Padre. Si hemos de ver levantados a nuestros muertos espirituales, hemos de conseguir poder de Dios. La razón por la que fallamos en conmover a nuestros prójimos es que tratamos de ganarlos sin obtener poder de Dios antes. Jesús estaba en comunión con su Padre, de modo que podía estar seguro de que sus oraciones eran oídas.

Y leemos en (Jua_12:27-28) que nuestro Señor oraba al Padre. Creo que éste es uno de los capítulos más tristes de la Biblia. Estaba a punto de dejar a la nación judía y de hacer expiación por los pecados del mundo. Oigamos lo que dice: «Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas, para esto he llegado a esta hora». Estaba ya casi bajo la sombra de la cruz; las iniquidades de la humanidad iban a ser puestas sobre Él; uno de los doce discípulos iba a negarle y a jurar que nunca le había conocido; otro le vendería por 30 monedas de plata; todos iban a abandonarle y huir. Su alma estaba afligida en extremo y por ello ora. Dios le contestó. Luego, en el huerto de Getsemaní, mientras oraba, un ángel apareció para fortalecerle. En respuesta a su clamor: «Padre, glorifica tu nombre», se oyó una voz del cielo que descendía desde la gloria: «Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez» (Jua_12:28).

Otra memorable oración de nuestro Señor tuvo lugar en el huerto de Getsemaní: «Y Él se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas, oraba» (Luc_22:41). Quisiera llamar tu atención sobre el hecho de que cuatro veces llegó la respuesta del cielo directamente mientras el Salvador oraba a Dios. La primera vez fue con ocasión de su bautismo, cuando los cielos fueron abiertos y el Espíritu descendió sobre Él en respuesta a su oración. Luego, en el monte de la Transfiguración, Dios se le apareció y le habló. Luego, cuando los griegos fueron a Él deseando verle; y finalmente, cuando clamó al Padre en medio de su agonía recibió una respuesta directa. Estas cosas son registradas, sin la menor duda, para animarnos a orar.

Leemos que sus discípulos acudieron a Él y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». No se dice que les enseñara a predicar. He dicho más de una vez que me gustaría mucho más poder orar como Daniel que predicar como Gabriel. Si tienes amor en tu corazón de modo que la gracia de Dios pueda descender a contestar tu oración, no tendrás dificultad para alcanzar a la gente. No es por medio de sermone elocuentes que las almas que perecen pueden ser alcanzadas; necesitamos el poder de Dios a fin de que pueda decender la bendicion.

La oración que nuestro Señor enseñó a sus discípulos es comúnmente conocida como Padrenuestro. Y por otros como la Oración del Señor. Yo creo que la oración del Señor, propiamente, es la del capítulo 17 de Juan. Ésta es la oración más larga de Jesús de la que tenemos registro. Uno puede leerla lentamente y con cuidado en unos 4 o 5 minutos. Aquí podemos aprender una lección. Las oraciones del Maestro eran cortas cuando las ofrecía en público; cuando estaba a solas con Dios ya era otra cosa, y podía pasar toda una noche en comunión con su Padre. Según mi experiencia, Tos que pasan más tiempo en su cuarto en oración privada generalmente hacen oraciones cortas en público. 

Las oraciones largas en general no son oraciones y cansan a los demás. ¡Cuan corta fue la oración del publicano!: «Ten misericordia de mí, pecador!». La mujer sirofenicia hizo una oración más corta aún: «¡Señor, ayúdame!». Fue al blanco directamente, y consiguió lo que quería. La oración del ladrón en la cruz fue muy corta: «¡Acuérdate de mí cuando vinieres en tu reino!». La oración de Pedro fue: «¡Señor, sálvame que perezco!». De modo que puedes hojear las Escrituras y hallarás que las oraciones que trajeron respuestas inmediatas fueron generalmente breves. ¡Que nuestras oraciones vayan al grano, diciéndole a Dios lo que querernos!

En la oración de nuestro Señor, en Juan 17, hallamos que hizo siete requerimientos: uno para El mismo, cuatro para los discípulos que le rodeaban, y dos para los discípulos de épocas subsiguientes. Seis veces en esta oración repite que Dios le ha enviado. El mundo le miraba como un impostor; y Él quería que supieran que Dios le había enviado. Habló del mundo nueve veces, y hace mención de sus discípulos y de los que creen en Él cincuenta veces.

La última oración de Cristo en la cruz fue corta: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Creo que esta oración fue contestada. Vemos que allí mismo, ante la cruz, se convirtió un centurión romano. Era, probablemente, como respuesta a la oración del Salvador. La conversión del ladrón, creo, fue en respuesta a la oración de nuestro bendito Salvador. Saulo de Tarso oyó, sin duda, la oración de Esteban pidiendo misericordia por los que le apedreban. Las palabras que oyó, tan parecidas a las de Jesucristo en la cruz, puede que le siguieran hasta el camino de Damasco, donde el Señor se le apareció. Una cosa sabemos: en el día de Pentecostés algunos de los enemigos del Señor fueron convertidos. Sin duda, fue como respuesta a la oración: «Padre, perdónalos».


Los hombres de Dios son hombres de Oración

De todo ello vemos que la oración tiene un lugar elevado entre todos los ejercicios de la vida espiritual. Todos los hombres de Dios han sido hombres de oración. ¡Miremos, por ejemplo, a Baxter! Las paredes de su estudio estaban descoloridas por su aliento; y cuando hubo sido ungido por la unción del Espíritu Santo, de él brotaron ríos de agua viva sobre Kidder-minster, siendo centenares los que se convirtieron. Lutero y sus compañeros eran hombres de tal poder en la oración a Dios que quebrantaron el hechizo de siglos y pusieron naciones enteras a los pies de la cruz. John Knox abarcó a toda Escocia en los brazos de la fe; sus oraciones tenían aterrorizados a los tiranos. Whitefield, después de mucha oración santa y fiel privada, fue a la feria de Satanás, y arrancó más de mil almas de la garra del león en un solo día. ¡Vemos a Wesley convirtiendo a diez mil almas para el Señor! Mirad a Finney, cuyas oraciones, fe, sermones y escritos han sacudido a nuestro país entero, y ha enviado una ola de bendición a las iglesias, a los dos lados del mar.

El doctor Guthrie hablaba así de la oración y de su necesidad: «La primera señal verdadera de vida espiritual, la oración, es también el medio de mantenerla. El hombre no puede vivir físicamente sin respirar como tampoco puede espiritualmente sin orar. Hay una determinada clase de animales, los cetáceos, que habitan en las profundidades del mar. Es su hogar, nunca se acercan a la orilla; sin embargo, aunque nadan bajo las olas y llegan a grandes profundidades tienen que aparecer en la superficie, de vez en cuando, porque han de respirar aire. Sin ello, estos monarcas de las profundidades no podrían sobrevivir en el denso elemento en que se mueven. algo semejante a lo que les impone la necesidad tísica, podemos decir del cristiano que debe hacerlo por una necesidad espiritual. El cristiano ha de elevarse de vez en cuando a Dios, por medio de la oración, hacia las regiones más puras de las provisiones de la gracia divina, para poder mantener su vida espiritual. Si be impide a uno de estos animales que alcance la superficie, muere asfixiado; si se impide a un cristiano llegar a Dios, muere por falta de oración».

«Dadme hijos», clamaba Raquel, «o muero». «Dejadme respirar», dice el hombre que se ahoga, «o muero». «Dejadme orar», dice el cristiano, «o muero».
Desde que empecé a pedir a Dios bendición sobre mis estudios», dijo el doctor Payson cuando era un estudiante, «he hecho más en una semana que antes en todo un año-.
Lutero, cuando se hallaba más agobiado de trabajo, dijo: «Tengo tanto qué hacer que solamente puedo dedicar tres horas diarias a la oración».

Y no solo los teólogos tienen en gran estima y hablan así de la oración; hombres de todos los tipos de vida han dicho lo mismo. El general Havelock se levantaba a las cuatro, si la hora de empezar la marcha eran las seis, para no perder el precioso privilegio de la comunión con Dios antes de emprender las marchas a que obligaba su profesión.
Su Matthew Hale decía: «Si descuido orar y leer la Palabra de Dios por la mañana, nada va bien durante el día».

Una gran parte de mi tiempo», decía McCheyne, «lo paso afinando mi corazón para la oración. Es el hilo que une la tierra con el cielo».
Una perspectiva comprensiva de este tema nos mostraría que hay nueve elementos que son esenciales para la verdadera oración. El primero es la adoración; no podemos establecer contacto con Dios en el mismo nivel, hemos de acercarnos a Él como quien está más allá de nuestro alcance y nuestra vista. El siguiente es la confesión; el pecado ha de ser eliminado. No podemos tener comunión con Dios mientras haya alguna transgresión por nuestra parte. Si hay algo pecaminoso hecho por el hombre, no puede esperar favor hasta haber confesado la falta. La restitución es otro; hemos de hacer compensación por la falta, siempre que sea posible. 

La acción de gracias es el próximo paso; hemos de estar agradecidos a Dios por lo que ha hecho por nosotros ya. Luego viene ej perdón, y después la unidad; y luego, tiene que haber fe. Bajo esta influencia estaremos preparados para ofrecer nuestras peticiones. Escuchamos gran número de oraciones que no son nada más que exhortaciones; si el individuo que ora no tuviera los ojos cerrados supondríamos que está predicando. Hay también mucha oración que es solo buscar faltas en otros. La esencia,de la oración es petición. Pero con ella y tras ella ha de habpr sumisión. Mientras oramos hemos dé estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios. Vamos a considerar estos nueve elementos en detalle, y cerraremos nuestra pesquisa dando ilustraciones incidentales de la certidumbre de recibir, bajo estas condiciones, respuestas a la oración.


Fuente: Libro La Oracion que Prevalece de D. L. Moody

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